El hombre o ser humano es una especie animal más dentro de
los miles de especies animales existentes, y en su propia omnipotencia se ha
erigido como la especie dominante. Ciertamente, el ser humano dispone de habilidades que el resto de especies no dispone,
aunque dichas habilidades no hagan otra cosa que autodestruir la especie y
destruir el entorno.
Una de las habilidades de que disponemos los seres humanos,
es la razón. O lo que hemos bautizado como razón, que pretende ser la antítesis
del instinto; lo que nos hace menos ‘animales’.
Por tanto, eso a lo que se llama deseo no es más que una
componente más del instinto. Y por mucho que pretendamos lo contrario, somos mucho más
instinto que razón.
A las clases a las que asistí sobre inteligencia emocional,
decías, basándose en el famoso libro de
Daniel Goleman, que en nuestro día a día somos un 80% instinto
y el 20% restante razón. Porque la razón es, en teoría, lo que mantiene los
instintos a raya.
Por tanto, cuando el deseo y la razón no se entienden, se
trata de que el instinto y la razón entran en conflicto. Y normalmente suele ganar el
deseo, o el instinto.
Las religiones, por ejemplo, son herramientas que ha creado
el hombre para regular los instintos. Muchas religiones estigmatizan a la
mujer, a la que se le achaca todos los males de la humanidad. Religiones que ha
creado el género masculino. Pero esto derivaría en otra línea de… exposición.
Los instintos giran alrededor de las funciones básicas de supervivencia
de la especie. Lo que en la Biblia se menciona como “creced y multiplicaos”. De
aquí se desprende la alimentación, la procreación y la supervivencia. Podríamos hacer una lista interminable de
acciones a las que se podría asignar la etiqueta “procreación” o “supervivencia”.
Desde ligar, crear una familia, el trabajo, comprar, arreglarse, relacionarse.
Todas las acciones que levamos a cabo a lo largo del día giran alrededor de las
funciones básicas de supervivencia. Que intentamos hacerlas con raciocinio y en
base a las normas de la sociedad y de nuestra educación, pero que, como decía
al principio, no siempre puede ser así.
El deseo y la razón no se entienden a veces, porque dicha
razón entra en conflicto con nuestras funciones básicas, aunque vaya en contra
de nuestros principios implantados.
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